Llegada a Cuzco

Llegué el domingo a Lima después de 12 horas de vuelo desde Madrid. La verdad es que no se hacen pesados gracias a la conexión con internet y al programa de entretenimiento de Iberia. El cambio de horario y el jetlag no me han afectado casi nada, porque bebí abundante líquido y porque llevo una semana con desajustes horarios, durmiendo pocas horas e irregularmente, con siestas en medio. Así que una vez aquí, aproveché el cansancio arrastrado, y en mi primer noche en Cuzco he dormido de un tirón y a pierna suelta.

Mi intención no era quedarme en Lima, solo pasar la noche, y organicé un taxi desde el hotel, conociendo el precio de ante mano. Perú es un poco una ciudad sin ley y vale la pena asegurarse que quien te transporte sea legal. El hotel (Plametto San Miguel) muy cómodo, el desayuno muy pobre y no había calefacción (es normal que no haya, así que si uno es friolero, más vale asegurarse de que se puede pedir un radiador). Pero no es un gran problema, ya que no hace mucho frío en esta ciudad ubicada entre el ecuador y el trópico y que tiene una niebla perenne sobre ella. En Lima casi nunca se ve el sol!

La bonita Plaza de Armas de Cuzco

Al día siguiente me llevaron al aeropuerto y salí hacia Cuzco. Sobrevolando el paisaje rocoso y desértico uno se imagina las condiciones de vida tan duras que esta gente está acostumbrada a soportar. Una dureza que se refleja en los rostros de muchos y que a veces da la sensación de que su rictus refleja una suerte de enfado por no habérseles sido reconocido su singularidad y su originilidad. 

Después de sobrevolar pequeños pueblos incrustrados en profundos valles, con accesos precarios cortados sobre la montaña, surgen algunos núcleos más grandes y finalmente Cuzco. El avión da todo un rodeo a la ciudad antes de aterrizar con una frenada bastante brusca, ya que la pista no es muy larga. Pequeñas casitas pueblan el paisaje y cubren las colinas que rodean la ciudad, reflejando en mil destellos la intensa luz del sol cuzqueño. Acostumbrada a ver casas encaladas, me resulta la vista extraña, todo muy marrón. Aquí no se ven esos pueblos blancos sobre el paisaje como en España, y es que lo normal son las casa de adobe, marrones, por lo que dejar el ladrillo visto es lo más natural.

No más pisar Cuzco se nota la altura como un vago mareo, pero a la vez la atmósfera es ligera y alegre. Tengo cuidado en respirar lento y profundo y en no tener prisas. Creo que el mal de altura puede venir por no adaptarte a las sensaciones y por seguir el entusiasmo y la alegría que da. Por lo demás, todo se arregla con un poco de descanso, cena ligera y mate de coca.

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